Tus desnudos son obras de arte. Alguien, subvencionado por una institución pública, debería permanecer al pie de nuestra cama y esperar a que mi hemisferio torpe, que es el norte, te deje en pelotas sin sábana ni manta por la mañana, y grabar ese momento en alta definición para la posteridad. Luego tendría que atravesar hasta el baño y sacarte algunas tomas dignas de una estrella de los escenarios. Podríamos instalar bombillas alrededor del espejo del lavabo, unas de bajo consumo que pudieran hacer las veces sin costarnos demasiado, y entonces que tu empolvado matutino se facturara en un camerino de Broadway, con el albornoz en su papel de bata de satén y el plumero como plumas de aves exóticas que van a parar a tu cuello. Después tendría que largarse, claro, porque por mucho que se esforzara con esa luz me temo que mi afeitado daría la impresión de estar hecho en la caravana de un circo. Habría que usar para la ducha los mismos efectos que en Matrix. Que la cámara ...